Conquista de Granada
Granada
se había convertido en los albores de la Edad Moderna en el último
reducto musulmán de la Península ibérica. Pospuesta durante los
inestables reinados de Juan II y Enrique IV,
la conquista de Granada se situó como prioritaria para los Reyes
Católicos, arquitectos de lo que pretendía ser la España moderna. Isabel
y Fernando habían crecido bajo la amenaza que suponía el auge del
Imperio otomano, que en 1453 logró la caída de Constantinopla,
y no estaban dispuestos a tolerar el desafío de Muley Hacén, el emir de
Granada, que durante este periodo se apoderó de varios bastiones en la
frontera cristiana y dejó de pagar el tributo estipulado con los
cristianos. Con la toma de estos bastiones, entre ellos Zahara, esclavizó y exterminó a los defensores. La Europa cristiana iba, esta vez sí, a aceptar el duelo.
Al enterarse en Medina del Campo
de la caída de Zahara, Fernando «El Católico» afirmó en voz alta:
«Siento las muertes de cristianos, pero me alegro de poner en obra muy
prestamente lo que teníamos en el pensamiento hacer».
El Papa Sixto VI
apoyó la empresa militar instituyendo una Cruzada, a modo de asistencia
financiera. La bula de Cruzada fue prorrogándose cada dos años hasta
alcanzar en su último año, 1492, una recaudación de 500 millones de
maravedíes. La nobleza, el alto clero y las comunidades judías aportaron
la mayor parte de los fondos. Además, desde distintos países europeos
llegaron importantes remesas económicas y, sobre todo, llegaron
caballeros y aventureros alemanes, ingleses, borgoñones, alemanes...
dispuestos a participar en la última Cruzada del Occidente cristiano.
Tampoco era menor el apoyo popular que tenía la Empresa granadina en
España. «Por donde quiera que iban, hombres, niños, mujeres, le salían
al encuentro de todas partes por aquellos campos y les echaban mil
bendiciones: llamábanlos amparo de España (...)», escribió el padre
Mariana sobre el fervor popular que desataba el paso de las tropas.
Para intensificar la presión sobre el emir, los Reyes Católicos comenzaron en el verano de 1491 la construcción del campamento de Santa Fe,
construido de forma cuadricular frente a Granada, con la firme decisión
de que solo lo levantarían tras la caída de la ciudad. No trajeron
artillería pues en ningún caso pretendían destruir la ciudad. El 25 de
noviembre de 1491, los Reyes firmaron con Boabdil el acuerdo definitivo
para rendir la ciudad. Los monarcas se comprometían a respetar los
bienes y las personas que vivían en Granada, a garantizar la libertad de
culto, y que se siguiera empleando la ley coránica para dirimir
conflictos entre musulmanes. Las capitulaciones, asimismo, incluían la
promesa de que no habría castigo para los tornadizos, elches y marranos
refugiados en Granada, a quienes se facilitaría el traslado al Norte de
África. A cambio de este acuerdo tan benigno, «El Rey chico»
consistió entregar Granada en un plazo de dos meses, una condición
complicada de llevar a efecto a causa de la amenaza de un motín
generalizado contra el último rey de Granada. Con el permiso del emir,
una avanzada cristiana ocupó la Alhambra, adelantándose a cualquier
reacción violenta del pueblo, lo que fue seguido por la entrega de la
ciudad. Un cronista vasco describió aquel día como el que «redimió a
España, incluso a toda Europa» de sus pecados.
En
Roma, el final de la Cruzada fue celebrado con campanadas, encierros y
corridas de toros. Los conquistadores recibieron la calificación de
«atletas de Cristo», y los Reyes el título de «Católicos»
con el que hoy son conocidos en los libros de Historia. No es casual
por tanto que Isabel y Fernando eligieran Granada para el reposo de sus
restos en la Capilla de los Reyes de la Catedral.

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